Páginas

sábado, 16 de junio de 2012

Relato digital grupal

Adjunto el enlace para acceder al relato digital elaborado colaborativamente por el grupo 3.
Por fín hemos concluído entre todos, con la ayuda indispensable de algunos y con la colaboración necesaria de todos. Creo que hemos hecho un excelente trabajo colaborativo y hemos consensuado y aprobado entre todos casi todos los pasos.
Nos ha quedado un relato bastante parecido a lo que pretendíamos y estoy contenta con nuestro trabajo.
Enhorabuena a todos, compañer@s!!

http://especializacionmb.wix.com/conjugandoelconsumo#!Home|c2df

sábado, 2 de junio de 2012

Relato Digital Grupal

Pues por fin parece que el relato está casi terminado.
Después de muchos días de intentos, de frustraciones, de nuevas y geniales ideas y, sobretodo, de mucho trabajo colaborativo, el relato digital del grupo 3 está a falta de unos retoques de formato.
Como ya expuse con anterioridad, el relato trata del consumismo y es un relato educativo, con el fin de promulgar el buen consumo por parte de los usuarios a los que va dirigido, que, en teoría, son alumnos de la ESO.
Realizamos un guión a partir de una idea que propuso el compañero Miguel. Se trataba de hacer que tres personas, llamadas yo consumo, tú consumes y él consume, iban al centro comercial de compras para paliar algún sentimiento un poco negativo de su vida.
Aunque está realizado a mano, el guión me quedó algo así:


Posteriormente, para ponernos de acuerdo en los finales, elaboré este otro guión, ya que cada subgrupo de dos personas se encargó de la inclusión en wix de materiales multimedia y desarrollo de la historia:



Ahora tan sólo faltaría meter una introducción en la que, por mi parte, habría que introducir vídeos como los que propusieron las compañeras en nuestro documento común de googledocs, como por ejemplo el documental que retransmitieron en RTVE llamado "comprar, tirar, comprar".

El enlace para visualizar el relato es: http://especializacionmb.wix.com/conjugandoelconsumo#!Intro/c2df

Un saludo.

martes, 8 de mayo de 2012

Crear cuentos con STORYBIRD

Storybird es una herramienta que nos permite crear historias de manera colaborativa entre varios participantes, cuentos, narraciones a partir de imágenes que están ordenadas y clasificados por categorías.
Todavía no he podido "cacharrearlo" mucho, ya que está en inglés...


http://storybird.com

Generador de cuentos infinitos

 El Departamento de OrientaciónAndujar ha creado un generador de cuentos totalmente editable en excel para poder trabajar la escritura creativa de cuentos. Y poder realizar infinitos cuentos.

http://orientacionandujar.wordpress.com/2012/05/06/generador-de-cuentos-infititos-incluimos-generador-500-ejemplos-y-metodologia/

Con el generador de cuentos una vez que tengamos el archivo de excel abierto podemos cambiar cada una de las variables del cuento añadiendo o quitando nuevas opciones y accediendo a la zona de edición y en la zona cuento con solo darle a F9 se iran generando diferente posibilidades de cuentos.

Según he ido leyendo en el tutorial que aportan y las instrucciones, lo que resulta es una especie de esquema que va marcando la trayectoria de la historia.

Ofrecen hasta 500 posibilidades, más las que quieras hacer tú modificando los parámetros del archivo de excel.

Creo que sería buena herramienta para trabajar colaborativamente con niños de primaria en la elaboración de historias.

Un saludo.

viernes, 4 de mayo de 2012

Avance del relato grupal

En el grupo 3 de Narrativa Digital, hemos decidido realizar el relato sobre un tema educativo, la educación para el consumo responsable. Nos ha parecido un tema acorde con la actualidad social y, sobretodo, al que todos podíamos llegar y todos podemos conocer, ya que no pertenece a ningún área o materia en concreto, si no que se trata de un contenido propio de Educación en Valores.
Vamos desarrollando la historia poco a poco y hemos seleccionado PBworks y Wix para comenzar a desarrollar el tema digital.
Resulta bastante complicado ponernos de acuerdo a la hora de quedar, ya que muchos no coincidimos con horarios y además está el tema técnico, la tecnología no está "siempre" disponible... La conexión puede fallar y muchos más imprevistos que pueden surgir.
Para solventar todos estos imprevistos que tenemos a la hora de utilizar los espacios de comunicación de manera sincrónica, hemos elaborado un documento de Google Docs (ahora Drive), en el que vamos reflejando nuestro avance diario común de manera asincrónica.
Además tenemos un espacio propio en la plataforma virtual de la asignatura, la cual me está gustando muchísimo particularmente, ya que puedes crear y hacer un montón de subapartados, utilizar varias herramientas dentro de la misma plataforma y gestionar los permisos de manera concreta para cada usuario de la misma.

Un saludo.

martes, 17 de abril de 2012

Precursores de los relatos digitales

Hola.
Adjunto enlace a un libro digital que no tiene una historia lineal y predeterminada, sino que se trata de uno de esos textos en los que tú vas eligiendo tu propia aventura.
Es bastante entretenido e interactivo, pero por otro lado, es un poco breve y solo se trata de texto, no hay imagenes ni otro tipo de hipervínculos multimedia para ilustrar la narración.

http://www.eligetupropiaaventura.net/ 

En la misma página, tienes la opción de crear más aventuras o de leer las que han escrito otros usuarios.

Creo que sería una buena manera de comenzar con el guión previo a la elaboración de nuestro relato digital.

Un saludo.

Películas no lineales

 Hola. Adjunto los enlaces a los trailers de unas cuantas de las muchas películas que siguen una estructura no lineal en su desarrollo.
Todas se caracterizan por estar hechas con una cronología no lineal, estár desordenadas en el tiempo y, en ocasiones hay un desorden tan grande, que muchas veces cuesta entenderlo hasta que llega el final de la historia o muchas veces incluso queda a gusto del espectador...

Crash (Colisión)




Memento 


El efecto mariposa



Destino final (saga)



Babel



Amores perros



21 gramos



Siete vidas


Regreso al futuro (saga)

El jardín de los senderos que se bifurcan


Jorge Luis Borges
(1899–1986)


El jardín de senderos que se bifurcan
(El jardín de senderos que se bifurcan (1941;
Ficciones, 1944)

A Victoria Ocampo

         En la página 242 de la Historia de la Guerrra Europea de Lidell Hart, se lee que una ofensiva de trece divisiones británicas (apoyadas por mil cuatrocientas piezas de artillería) contra la línea Serre-Montauban había sido planeada para el 24 de julio de 1916 y debió postergarse hasta la mañana del día 29. Las lluvias torrenciales (anota el capitán Lidell Hart) provocaron esa demora —nada significativa, por cierto. La siguiente declaración, dictada, releída y firmada por el doctor Yu Tsun, antiguo catedrático de inglés en laHochschule de Tsingtao, arroja una insospechada luz sobre el caso. Faltan las dos páginas iniciales.
         “... y colgué el tubo. Inmediatamente después, reconocí la voz que había contestado en alemán. Era la del capitán Richard Madden. Madden, en el departamento de Viktor Runeberg, quería decir el fin de nuestros afanes y —pero eso parecía muy secundario, o debería parecérmelo— también de nuestras vidas. Quería decir que Runeberg había sido arrestado o asesinado[1]. Antes que declinara el sol de ese día, yo correría la misma suerte. Madden era implacable. Mejor dicho, estaba obligado a ser implacable. Irlandés a las órdenes de Inglaterra, hombre acusado de tibieza y tal vez de traición ¿cómo no iba a brazar y agradecer este milagroso favor: el descubirmiento, la captura, quizá la muerte de dos agentes del Imperio Alemán? Subí a mi cuarto; absurdamente cerré la puerta con llave y me tiré de espaldas en la estrecha cama de hierro. En la ventana estaban los tejados de siempre y el sol nublado de las seis. Me pareció increíble que es día sin premoniciones ni símbolos fuera el de mi muerte implacable. A pesar de mi padre muerto, a pesar de haber sido un niño en un simétrico jardín de Hai Feng ¿yo, ahora, iba a morir? Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente me pasa me pasa a mí... El casi intolerable recuerdo del rostro acaballado de Madden abolió esas divagaciones. En mitad de mi odio y de mi terror (ahora no me importa hablar de terror: ahora que he burlado a Richard Madden, ahora que mi gasrganta anhela la cuerda) pensé que ese guerrero tumultuoso y sin duda feliz no sospechaba que yo poseía el Secreto. El nombre del preciso lugar del nuevo parque de artillería británico sobre el Ancre.Un pájaro rayó el cielo gris y ciegamente lo traduje en un aeroplano y a ese aeroplano en mucho (en el cielo francés) aniquilando el parque de artillería con bombas verticales. Si mi boca, antes que la dehiciera un balazo, pudiera gritar ese nombre de modo que los oyeran en Alemania... Mi voz humana era muy pobre. ¿Cómo hacerla llegar al oído del Jefe? Al oído de aquel hombre enfermo y odioso, que no sabía de Runeberg y de mí sino que estábamos en Staffordshire y que en vano esperaba noticias nuestras en su árida oficina de Berlín, examinando infinitamente periódicos... Dije en voz alta: Debo huir. Me incorporé sin ruido, en una inútil perfección de silencio, como si Madden ya estuviera acechándome. Algo -tal vez la mera ostentación de probar que mis recursos eran nulos—me hizo revisar mis bolsillos. Encontré lo que sabía que iba a encontrar. El reloj norteamericano, la cadena de níquel y la moneda cuadrangular, el llavero con las comprometedoras llaves inútiles del departamento de Runeberg, la libreta, un carta que resolví destruir inmediatamente (y que no destruí), el falso pasaporte, una corona, dos chelines y unos peniques, el lápiz rojo-azul, el pañuelo, el revólver con una bala. Absurdamente lo empuñé y sopesé para darme valor. Vagamente pensé que un pistoletazo puede oírse muy lejos. En diez minutos mi plan estaba maduro. La guía telefónica me dio el nombre de la única persona capaz de transmitir la noticia: viviía n un suburbio de Fenton, a menos de media hora de tren.
         Soy un hombre cobarde. Ahora lo digo, ahora que he llevado a término un plan que nadie no calificará de arriesgado. Yo sé que fue terrible su ejecución. No lo hice por Alemania, no. Nada me importa un país bárbaro, que me ha obligado a la abyección de ser un espía. Además, yo sé de un hombre de Inglaterra —un hombre modesto— que para mí no es menos que Goethe. Arriba de una hora no hablé con él, pero durante una hora fue Goethe... Lo hice, porque yosentía que el Jefe tenía en poco a los de mi raza -a los innumerables antepasados que confluyen en mí. Yo quería probarle que un amarillo podía salvar a sus ejércitos. Además, yo debía huir del capitán. Sus manos y su voz podían golpear en cualquier momento a mi puerta. Me vestí sin ruido, me dije adiós en el espejo, bajé, escudriñé la calle tranquila y salí. La estación no distaba mucho de casa, pero juzgué preferible tomar un coche. Argüí que así corría menos peligro de ser reconocido; el hecho es que en la calle desierta me sentía visible y vulnerable, infinitamente. Recurdo que le dije al cochero que se detuviera un poco antes de la entrada central. Bajé con lentitud voluntaria y casi penosa; iba a la aldea de Ashgove, pero saqué un pasaje para una estación más lejana. El tren salía dentro de muy pocos minutos, a las ocho y cincuenta. Me apresuré: el próximo saldría a las nueve y media. No había casi nadie en el andén. Recorrí los coches: recuerdo a unos labradores, una enlutada, un joven que leía con fervor los Anales de Tácito, un sodado herido y feliz. Los coches arrancaron al fin. Un hombre que reconocí corrió en vano hasta el límite del andén. Era el capitán Richard Madden. Aniquilado, trémulo, me encogí en la otra punta del sillón, lejos del temido cristal.
         De esa aniquilación pasé a una felicidad casi abyecta. Me dije que estaba empeñado mi duelo y que yo había ganado el primer asalto, al burlar, siquiera por cuarenta minutos, siquiera por un favor del azar, el ataque de mi adversario. Argüi que no era mínima, ya que sin esa diferencia preciosa que el horario de trenes me deparaba, yo estaría en la cárcel, o muerto. Argüí (no menos sofísticamente) que mi felicidad cobarde probaba que yo era hombre capaz de llevar a buen término la aventura. De esa debilidad saqué fuerzas que no me abandonaron. Preveo que el hombre se resignarña cada día a empresas más atroces; pronto no habrá sino guerreros y bandoleros; les doy este consejo: El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado. Así procedí yo, mentras mis ojos de hombre ya muerto registraban la fluencia de aquel día que era tal vez el último, y la difusión de la noche. El tren corría con dulzura, entre fresnos. Se detuvo, casi en medio del campo. Nadie gritó el nombre de la estación. ¿Ashgrove? les pregunté a unos chicos en el andén.Ashgrove, contestaron. Bajé.
         Una lámpara ilustraba el andén, pero las caras de los niños quedaban en la zona de la sombra. Uno me interrogó: ¿Usted va a casa del doctor Stephen Albert?. Sin aguardar contestación, otro dijo: La case queda lejos de aquí, pero usted no se perderá si toma ese camino a la izquierda y en cada encrucijada del camino dobla a la izquierda. Les arrojé una moneda (la última), bajé unos escalones de piedra y entré en el solitario camino. Éste, lentamente, bajaba. Era de tierra elemental, arriba se confundían las ramas, la luna baja y circular parecía acompañarme. Por un instante, pensé que Richard Madden había penetrado de algún modo mi desesperado propósito. Muy pronto comprendí que eeso era imposible. El consejo de siempre doblar a la izquierda me recordó que tal era el procedimiento común para descubrir el patio central de ciertos laberintos. Algo entiendo de laberintos: no en vano soy bisnieto de aquel Ts'ui Pên, que fue gobernador de Yunnan y que renunció al poder temporal para escribir una novela que fuera todavía más populosa que el Hung Lu Meng y para edificar un laberinto en el que se perdieran todos los hombres. Trece años dedicó a esas heterogéneas fatigas, pero la mano de un forastero lo asesinó y su novela era insensata y nadie encontró el laberinto. Bajo árboles ingleses medité en ese laberinto perdido: lo imaginé inviolado y perfecto en la cumbre secreta de una montaña, lo imaginé borrado por arrozales o debajo del agua, lo imaginé infinito, no ya de quioscos ochavados y de sendas que vuelven, sino de ríos y provincias y reinos... Pensé en un laberintode laberintos, en un sinuoso laberinto creciente que abarcara el pasado y el porvenir y que implicara de algún modo los astros. Absorto en esas ilusorias imágenes , olvidé mi destino de perseguido. Me sentí, por un tiempo indeterminado, percibidor abstracto del mundo. El vago y vivo campo, la luna, los restos de la tarde, obraron en mí; asimismo el declive que eliminaba cualquier posibilidad de cansancio. La tarde era íntima, infinita.El camino bajaba y se bifurcaba, entre las ya confusas praderas. Una música aguda y como silábica se aproximaba y se alejaba en el vaivén del viento, empañada de hojas y de distancia. Pensé que un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país: no de luciérnagas, palabras, jardines,cursos de agua, ponientes. Llegué, así, a un alto portín herrumbrado. Entre las rejas descifré una alameda y una especie de pabellón. Comprendí, de pronto, dos cosas, la primera trivial, la segunda casi increíble: la música venía del pabellón, la música era china. Por eso, yo la había aceptado con plenitud, sin prestarle atención. No recuerdo si había una campana o un timbre o si llamé golpeando las manos. El chisporroteo de la música prosiguió.
         Pero del fondo de la íntima casa un farol se acercaba: un farol que rayaban y a ratos anulaban los troncos, un farol de papel, que tenía la forma de los tambores y el color de la luna. Lo traía un hombre alto. No vi su rostro, porque me cegaba la luz. Abrió el portón y dijo lentamente en mi idioma:
         —Veo que el piadoso Hsi P'êng se empeña en corregir mi soledad. ¿Usted sin duda querrá ver el jardín?
         Reconocí el nombre de uno e nuestros cónsules y repetí desconcertado:
         —¿El jardín?
         —El jardín de los senderos que se bifurcan-
         Algo se agitó en mi recuerdo y pronuncié con incomprensible seguridad:
         —El jardín e mi antepasado Ts'ui Pên.
         —¿Su antepasado? ¿Su ilustre antepasado? Adelante.
         El húmedo sendero zigzagueaba como los de mi infancia. Llegamos a una biblioteca de libros orientales y occidentales. Reconocí, encuadernados en seda amarilla, algunos tomos manuscritos de la Enciclopedia Perdida que dirigió el Tercer Emperador e la Dinastía Luminosa y que no se dio nunca a la imprenta. El disco del gramófono giraba junto a un fénix de bronce. Recuerdo también un jarrón de la familia rosa y otro, anterior de muchos siglos, de ese color azul que nuestros antepasados copiaron de los alfareros de Persia...
         Stephen Albert me observaba, sonriente. Era (ya lo dije) muy alto, de rasgos afilados, de ojos grises y barba gris. Algo de sacerdote había en él y también de marino; después me refirió que había sido misionero en Tientsin “antes de aspirar a sinólogo”.
         Nos sentamos; yo en un largo y bajo diván; él de espaldas a la ventana y a un alto reloj circular. Computé que antes de una hora no llegaría mi perseguidor, Richard Madden. Mi determinación irrevocable podía esperar.
         —Asombroso destino el de Ts'ui Pên —dijo Stephen Albert—. Gobernador de us provincia natal, docto en astronomía, en astrología y enm la interpretación infatigable de los libros canónicos, ajedrecista, famoso poeta y calígrafo: todo lo abandonó para componer un libro y un laberinto. Renunció a los placeres de la opresión, de la justicia, del numeroso lecho, de los banquetes y aun de la erudición y se enclaustró durante trece años en el Pabellón de la Límpida Soledad. A su muerte, los herederos no encontraron sino manuscritos caóticos. La familia, como acaso no ignora, quiso adjudicarlos al fuego; pero su albacea —un monje taoísta o budista— insistió en la publicación.
         —Los de la sangre de Ts'ui Pên -repliqué— seguimos execrando a ese moje. Esa publicación fue insensata. El libro es un acervo indeciso de borradores contradictorio. Lo he examinado alguna vez: en el tercer capítulo muere el héroe, en el cuarto está vivo. En cuanto a la otra empresa de Ts'ui Pên, a su Laberinto...
         —Aquí está el Laberinto -dijo indicándome un alto escritorio laqueado.
         —¡Un laberinto de marfil! -exclamé-. Un laberinto mínimo...
         —Un laberinto de símbolos -corrigió-. Un invisible laberinto de tiempo. A mí, bárbaro inglés, me ha sido deparado revelar ese misterio diáfano. Al cabo de más de cien años, los pormenores son irrecuperables, pero no es difícil conjeturar lo que sucedió. Ts'ui Pên diría una vez: Me retiro a escribir un libro. Y otra: Me retiro a construir un laberinto. Todos imaginaron dos obras; nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto. El Pabellón de la Límpida Soledad se erguía en el centro de un jardín tal vez intrincado; el hecho puede haber sugerido a los hombres un laberinto físico. Ts'ui Pên murió; nadie, en las dilatadas tierras que fueron suyas, dio con el laberinto. Dos circunstancias me dieron la recta solución del problema. Una: la curiosa leyenda de que Ts'ui Pên se había propuesto un laberinto que fuera estrictamente infinito. Otra: un fragmento de una carta que descubrí.
         Albert se levantó. Me dio, por unos instantes, la espalda; abrió un cajón del áureo y renegrido escritorio. Volvió con un papel antes carmesí; ahora rosado y tenue y cuadriculado. Era justo el renombre caligráfico de Ts'ui Pên. Leí con incomprensión y fervor estas palabras que con minucioso pincel redactó un hombre de mi sangre: Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan. Devolví en silencio la hoja. Albert prosiguió:
         —Antes de exhumar esta carta, yo me había preguntado de qué manera un libro puede ser infinito. No conjeturé otro procedimiento que el de un volumen cíclico, circular. Un volumen cuya última página fuera idéntica a la primera, con posibilidad de continuar indefinidamente. Recordé también esa noche que está en el centro de Las 1001 Noches, cuando la reina Shahrazad (por una mágica distracción del copista) se pone a referir textualmente la historia de Las 1001 Noches, con riesgo de llegar otra vez a la noche en que la refiere, y así hasta lo infinito. Imaginé también una obra platónica, hereditaria, transmitida de padre a hijo, en la que cada nuevo individuo agregara un capítulo o corrigiera con piadoso cuidado la página de sus mayores. Esas conjeturas me distrajeron; pero ninguna me parecía corresponder, siquiera de un modo remoto, a los contradictorios capítulos de Tsúi Pên. En esa perplejidad, me remitieron de Oxford el manuscrito que usted ha examinado.Me detuve, como es natural, en la frase: Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan. Casi en el acto comprendí; el jardín de los senderos que se bifurcan era la novela caótica; la frase varios porvenires (no a todos) me sugirió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no en el espacio. La relectura general de la obra confirmó esa teoría. En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts'ui Pên, opta —simultáneamente— por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también, proliferan y se bifurcan. De ahí las contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido llama a su puerta; Fang resuelve matarlo. Naturalmente, hay varios desenlaces posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos pueden salvarse, ambos pueden morir, etcétera. En la obra de Ts'ui Pên, todos los desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones.Alguna vez, los senderos de ese laberinto convergen; por ejemplo, usted llega a esta casa, pero en uno de los pasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi amigo. Si se resigna usted a mi pronunciación incurable, leeremos unas páginas.
         Su rostro, en el vívido círculo de la lámpara, era sin duda el de un anciano, pero con algo inquebrantable y aun inmortal. Leyó con lenta precisión dos redacciones de un mismo capítulo épico. En la primera un ejército marcha hacia una batalla a través de una montaña desierta; el horror de las piedras y de la sombra le hace menospreciar la vida y logra con facilidad la victoria; en la segunda, el mismo ejército atraviesa un palacio en el que hay una fiesta; la resplandeciente batalla le parece una continuación de la fiesta y logran la victoria. Yo oía con decente veneración esas viejas ficciones, acaso menos admirables que el hecho de que las hubiera ideado mi sangre y de que un hombre de un imperio remoto me las restituyera, en el curso de un desesperada aventura, en una isla occidental. Recuerdo las palabras finales, repetidas en cada redacción como un mandamiento secreto: Así combatieron los héroes, tranquilo eñ admirable corazón, violenta la espada, resignados a matar y morir.
         Desde ese instante, sentí a mi alrededor y en mi oscuro cuerpo una invisible, intangible pululación. No la pululación de los divergentes, paralelos y finalmente coalescentes ejércitos, sino una agitación más inaccesible, más íntima y que ellos de algún modo prefiguraban. Stephen Albert prosiguió:
         — No creo que su ilustre antepasado jugara ociosamente a las variaciones. No juzgo verosímil que sacrificara trece años a la infinita ejecución de un experimento retórico. En su país, la novela es un género subalterno; en aquel tiempo era un género despreciable. Ts'ui Pên fue un novelista genial, preo también fue un hombre de letras que sin duda no se consideró un mero novelista. El testimonio de sus contemporáneos proclama —y harto lo confirma su vida— sus aficiones metafísicas, místicas. La controversia filosófica usurpa buena parte de su novela. Sé que de todos los problemas, ninguno lo inquietó y lo trabajó como el abismal problema del tiempo. Ahora bien, ése es el único problema que no figura en las páginas del Jatdín. Ni siquiera usa la palabra que quiere decir tiempo. ¿Cómo se explica usted esa voluntaria omisión?
         Propuse varias soluciones; todas, insuficientes. Las discutimos; al fin, Stephen Albert me dijo:
         —En una adivinanza cuyo tema es el ajedrez ¿cuál es la única palabra prohibida?
         Refelxioné un momento y repuse:
         —La palabra ajedrez.
         —Precisamente -dijo Albert-, El jardín de los senderos que se bifurcan es una enorme adivinanza, o parábola, cuyo tema es el espacio; esa causa recóndita le prohíbe la mención de su nombre. Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas y a perífrasis evidentes, es quizá el modo más enfático de indicarla. Es el modo tortuoso que prefirió, en cadda uno de los meandros de su infatigable novela, el oblicuo Ts'ui Pên. He confrontado centenares de manuscritos, he corregido los errores que la negligencia de los copistas ha introducido, he conjeturado el plan de ese caos, he restablecido, he creído restablecer, el orden primordial, he traducido la obra entera: me consta que no emplea una sola vez la palabra tiempo. La explicación es obvia:El jardín de los senderos que se bifurcan es una imágen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts'ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todasla posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravezar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.
         —En todos —articulé no sin un temblor— yo agradezco y venero su recreación del jardín de Ts'ui Pên.
         —No en todos -murmuró con una sonrisa-. El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros. En uno de ellos soy su enemigo.
         Volví a sentir esa pululación de que hablé. Me pareció que el húmedo jardín que rodeaba la casa estaba saturado hasta lo infinito de invisbles personas. Esas personas eran Albert y yo, secretos, atareados y multiformes en otras dimensiones de tiempo. Alcé los ojos y la tenue pesadilla se disipó. En el amarillo y negro jardín había un solo hombre; pero ese hombre era fuerte como una estatua, pero ese hombre avanzaba por el sendero y era el capitán Richard Madden.
         —El porvenir ya existe —respondí—, pero yo soy su amigo. ¿Puedo examinar de nuevo la carta?
         Albert se levantó. Alto, abrió el cajón del alto escritorio; me dio por un momento la espalda. Yo había preparado el revólver. Disparé con sumo cuidado: Albert se desplomó sin una queja, inmediatamente. Yo juro que su muerte fue instantánea: una fulminación.
         Lo demás es irreal, insignificante. Madden irrumpió, me arrestó. He sido condenado a la horca. Abominablemente he vencido: he comunicado a Berlín el secreto nombre de la ciudad que deben atacar. Ayer la bombardearon; lo leí en los mismos periódicos que propusierona Inglaterra el enigma de que el sabio sinólogo Stephen Albert muriera asesinado por un desconocido, Yu Tsun. El Jefe ha descifrado ese enigma. Sabe que mi problema era indicar (a través del estrépito de la guerra) la ciudad que se llama Albert y que no hallé otro medio que matar a una persona con ese nombre. No sabe (nadie puede saber) mi innumerable contrición y cansancio.



[1] Hipótesis odiosa y estrafalaria. El espía prusiano Hans Rabener alias Viktor Runeberg agredió con una pistola automática al portador de la orde de arrestro, capitán Richard Madden. Éste, en defensa propia, le causó heridas que determinaron su muerte. (Nota del Editor.)



Esta novela que escribe Jorge Luis Borges hace estar al lector inmerso en la ficticia trama policial que se augura al principio, para luego comprobar que el jardín de los senderos que se bifurcan... es el universo mismo, y que el jardín propiamente, es un libro infinito... Múltiples soluciones serían las posibles, tal y como se configuran los relatos digitales actuales.

martes, 10 de abril de 2012

Radiografía de una pared



Fotografias de Lucia Galli
Idea y diseño: Roberto Aparici
Diseño y programación Web: Carlos Busón











































El Aleph




El Aleph de Jorge Luis Borges me ha dejado entrever la necesidad del autor de cambiar, de innovar la narrativa que se había llevado hasta entonces.
Utiliza una estructura no lineal, en la que cuenta como tres historias a la vez, pero no en orden ni de seguido en el tiempo.
La primera historia es la que mantiene con su amada e idoladrada Beatriz.
La segunda la rivalidad y relación que mantiene con Carlos Argentino.
Y la tercera el gran protagonista, el Aleph.
En la narración, trata la primera, luego la segunda, luego la tercera y vuelve a la segunda para terminar con la primera.
Además, deja libre a la imaginación del lector el verdadero significado del Aleph, ya que, con la descripción que ofrece podría tratarse tanto del universo en si mismo, como una colección de sabiduría y conocimiento recopilado en, por ejemplo, una biblioteca...

Multimedia e Interactividad


Hoy analizaremos los otros dos conceptos que, junto a hipertexto, conforman las características básicas de la narración digital.

En primer lugar, Multimedia, es definido por la RAE como "Que utiliza conjunta y simultáneamente diversos medios, como imágenes, sonidos y texto, en la transmisión de una información."

En cuanto a Interactividad, según la RAE es la cualidad de interactivo, que, referido a la informática, es definido como "Dicho de un programa: Que permite una interacción, a modo de diálogo, entre el ordenador y el usuario." Asímismo y en esta línea, la interacción está definida como "Acción que se ejerce recíprocamente entre dos o más objetos, agentes, fuerzas, funciones, etc."

martes, 3 de abril de 2012

Conocemos el hipertexto...

Hoy trataremos de analizar y conocer qué es hipertexto.

Nos basaremos en el artículo de Alejandro Piscitelli; Hipertexto, definición y características.

















En dicho artículo, Pisticelli expone la definición que un conocido estudioso del tema, como es George Landow, el cual define al hipertexto como: "un texto compuesto por un bloque de palabras (o imágenes) vinculadas electrónicamente por múltiples caminos, cadenas, huellas, en una textualidad abierta y perpetuamente inacabada descripta por palabras claves como enlace, nodo, red y camino."

Ofrece también la aportación de Murray, que además de definir el hipertexto como "conjunto de documentos de cualquier tipo conectados entre sí por links", inmediatamente añade que las historias escritas en hipertexto pueden dividirse en páginas con desplazamiento vertical (scroll) o tarjetas, pero que lo mejor es pensarlas como trozos de textos o lexias.

De las anteriores definiciones podemos deducir que se trata de un texto o narración que puede estar compuesto por palabras, imágenes, animaciones... todos ellos vilculados entre sí y entrelazados para poder obtener múltiples caminos.